Esperanza Nuestra...


La Esperanza no es una Virgen niña, ni el tono de su piel describe blancura de azahares. No. La Esperanza es una Mujer y sus mejillas han heredado la morenez gitana de la Cava de la que tantos años fue Vecina en el Convento de San Jacinto.
La Esperanza no vivió nunca intramuros de la ciudad. No, nunca. La Esperanza prefirió asomarse al río desde Triana y mirar el Puente, la Torre del Oro y la Giralda desde el mirador de azulejos que Santa Ana le abre en los huecos de su torre.
La Esperanza no quiso mudarse nunca de barrio. No, porque si el río se desbordaba tenía que estar al amparo de su gente, que son la que siempre la han amado como Puerto seguro de sus vidas y como bandera firme de su fe.
La Esperanza asomada al balcón del Cielo vió puertas y murallas. Y como Divina Marinera que es cruzó las aguas del Guadalquivir un día y entró en la ciudad, que cuando la vió, empezó a derribar muros y torres, puertas y almenas, y le construyó un Puente para que le llevase, desde entonces y para siempre, la dulzura de su bendita Esperanza.
Y fue entonces cuando la Esperanza eclipsó las luces del firmamento. Entonces fue cuando Ella se hizo Luna y Sol a los pies de la Giralda y le arrebató el corazón para siempre. Y que nadie se engañe, que la Giralda no mira hacia la Meca, eso fueron otros tiempos, que la Giralda mira a Triana, sí, a Triana, para ver cómo le llega su Esperanza cada Madrugá y para ver también cómo se le marcha en la mañana del Viernes Santo caminito de su casa, de su gente, de su barrio, de su pueblo, de sus hijos...
La Esperanza es de Triana y Triana está en todo aquel que quiere y ama a su Esperanza. Da igual ya si es del barrio como si no, da igual si es de Sevilla o de fuera, porque el amor a la Esperanza no conoce de limites ni de fronteras.
La Esperanza es de Triana y Triana está en cada latido, en cada lágrima, en cada piropo de aquel que la ve, la mira y siente el pellizco del amor inexplicable. Porque la Esperanza cuando pasa es como un torbellino que levanta pasiones y te roba el corazón. No le busques explicación a lo que sentiste, porque no la hay... No vistes a una Virgen, no, fue algo más: encontrastes a la Esperanza...

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