Figuras del misterio de las Tres Caídas: el Cirineo


Cuentan los Evangelios, que el Cirineo era un hombre del campo, que llegó aquella mañana de Viernes a Jerusalén de labrar la tierra que estaba a su cargo. Y dicen que se llamaba Simón y era padre de dos hijos llamados Alejandro y Rufo. Al igual que José de Arimatea o María Magdalena, Simón pasó a la historia mayormente conocido por su gentilicio, ya que su procedencia era extranjera, de Libia, y su ciudad natal, la histórica Cirene, que había sido fundada por los griegos 630 años antes de Cristo.
Aquel hombre, Simón, el cirineo, acudió a Jerusalén no sabemos si movido por la noticia de la condena del Nazareno o simplemente porque regresase a su hogar, pero lo cierto es que una vez encontrada la comitiva que conducía a Jesús hasta el Calvario, presenció el cortejo ante sus ojos, lo que no le dejaría indiferente el resto de sus días. La guardia romana que custodiaba el traslado de los condenados, viendo a Jesús agotado caer bajo el peso del madero, hace uso del derecho de requisa y toma a Simón el cirineo para que coja la cruz. El derecho de requisa no era otra cosa que acudir a cualquier persona que presenciase a los condenados siendo conducidos al Calvario y requerir su ayuda obligada en determinados momentos, ante las condiciones que presentase el reo. No era una ayuda que prestaba la persona por voluntad propia, sino que era obligada por los romanos para que el reo no pereciera en el trayecto hacia el Calvario debido a sus condiciones fisicas lamentables, fundamentalmente, tras el martirio de la flagelación, que precedía a todas las ejecuciones romanas.
Pues aquella primera mañana de Viernes Santo de la historia, fue a Simón a quien los romanos tomaron para que cargase con el madero ante el estado fisico de Jesús. Desde entonces, el Cirineo pasará a la historia como aquel hombre que ayudó a Cristo a llevar su Cruz hasta el Golgota, y su figura moverá a la piedad de muchas personas que ven en él un ejemplo a seguir, ya que se tratará de la persona que encarnará la ayuda a todo aquel necesitado en cualquier situación de la vida cotidiana.
Tras aquel día, el Cirineo no podría seguir siendo la misma persona. Debió haber un antes y un después en su vida tras haber visto el rostro a Dios, a menos de tres palmos de su cara. De él, nada más se conoce. No sabemos cómo relataría a sus hijos lo sucedido. Ni cómo vivió su hombro a hombro con Jesús, ni qué le deparó la vida a partir de entonces. Solo sabemos que aquella mañana muchos de nosotros hubieramos querido estar en su sitio, para que el Señor, el mismo que tres veces cayó, no llevase sobre sus benditos hombros la pesada carga que le hubo impuesto la Humanidad por todos y cada uno de nuestros pecados. Y esa dicha solo la pudo contar un hombre llamado Simón el Cirineo.

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