El Arte tiene nombre propio: Triana


Triana es cuna del flamenco más profundo, porque lo dice su historia a través del tiempo. También lo ha sido de otros menesteres, como del toreo, de cuyas entrañas Triana ha dado lo mejor que se ha visto en el mundo. Y son en estas dos artes donde ha de estar presente, entre otros lógicos dones, la virtud de la gracia.
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La gracia no se hace, no se aprende, tampoco se enseña, porque por más que se quisiera enseñar sería imposible inventarla o implantarla en quien no la tiene. Con la gracia se nace y en la sangre se lleva, de la misma manera que otras virtudes, pero no esperen aprender lo que no se imparte ni se despacha. ¿Y cómo le explicamos esto a alguien?. Porque, por muchos esfuerzos que queramos ponerle, si la sensibilidad del receptor que cualquiera tuviera delante no alcanza para tanto, es labor complicada.

La gracia se percibe en el aire salado que se respira en la calle Betis, por ejemplo. No me pregunten por qué, pero no es lo mismo el aire que corre por el Paseo de Colón que el que corre por la calle Betis, porque mientras en el Paseo de Colón todo se confunde con el tráfico, en la calle Betis el aire huele casi a mar.
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Además, la gracia es como una especie de duende que adopta y encarna en cualquier sitio y surge en el instante menos esperado. Sí, porque tiene el don de la sorpresa, y por ello, la capacidad de emocionar. La gracia consiste en combinar, por ejemplo, el arte del toreo y del flamenco con el toque de una corneta a compás del costalero. Y de esto se imparten clases en la calle Pureza...
Al paso hay que darle el temple perfecto de una gran faena en el albero de la Maestranza; y hay que darle el pellizco de una soleá del Zurraque; y hay que darle la emoción que se merece, y la garra que te encandila, y la fuerza que te levanta, y el poderío del arranque, y la decisión de los tres pasos, y el mimo del andar sobre los pies, y la valentía del izquierdo por delante, ese andar costalero de Triana, que desde ayer, de hoy y de siempre, hace llorar a Sevilla cada Madrugada de Viernes Santo. Porque si a los toreros que han salido a hombros por la Puerta Grande de la Maestranza, son llevados hasta Triana sin poner un pie en el suelo, cuando el Señor de las Tres Caídas toma la embocadura de Sierpes es como si saliese a hombros por la puerta grande de nuestra Semana Santa... No hay mejor faena, no hay mejor chicotá...

Triana es como una copla de Marifé, donde se funden la gracia y el señorío. La gracia es como la Cucaña sobre el río, porque nunca un barco de menos graduación pudo tener nunca más gracia. Y la gracia es la quintaesencia de Triana, porque sin la gracia que ella tiene, Triana no sería la misma. Por eso, cuando el Señor de las Tres Caídas asoma por la Campana, la Campana se convierte en faena torera de la mejor escuela trianera y en quejío flamenco de los mejores rincones de la Cava: en el aire, las cornetas blancas de Triana; en el corazón, el pellizco costalero; en las púpilas, la dulzura morena de mi Cristo de las Tres Caídas; en la negrura de la noche, el oro de un barco que navega por la Campana, convirtiendo la gracia en oleaje de emociones, mientras delante, en el mascarón de proa, para todos aquellos que no saben donde habita la gracia, el centurión romano se asoma a los guardabrisas y les señala el camino...
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Sí, la gracia, el Arte escrito con mayusculas, está en Triana. Por eso cuando Triana pasa por cualquier sitio, por cualquier lugar, se levantan los corazones y los sentidos sucumben ante tanto derroche. La fuerza con la que pasa Triana no tiene parangón. Y todo radica en el sitio donde se nace y en la sangre que corre por las venas. Afortunada o desgraciadamente, para bien o para mal, Triana quedó fuera de las murallas de la ciudad y a orillas del Guadalquivir. De sus aguas bebió, en sus aguas se miró, con sus aguas creció y en sus aguas contempló la vida y la muerte. Quizás ahí radique el misterio de la gracia... Haber nacido en Triana...

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