Padre mío, Padre nuestro...


El Señor de las Tres Caídas encarna en su rostro todo cuanto aguardamos de Dios. Su estampa mantiene siempre viva nuestra fe, porque sus ojos son como un espejo donde renovamos nuestras fuerzas cada día. Como Padre, como Dios hecho Hombre, el Stmo. Cristo de las Tres Caídas es un verdadero nido de amor donde el tiempo se detiene sin mayores explicaciones. Su mirada es tan sumamente bondadosa y su semblante tan tiernamente dulce, que parece perdonarnos siempre que lo miramos y siempre que Él nos mira. Es todo cuánto esperamos de Dios: su amor, para nuestros defectos; su perdón, para nuestros errores; y su bondad en cada gesto que nos ofrece. Por eso, mi Dios se encarna en el Cristo de las Tres Caídas. Es la Imagen bendita que llena mi alma y es quien siempre me responde ante las adversidades de la vida. Él es el pilar indiscutible de mi fe, donde su mano me acaricia y me perdona, donde su mirada me hace comprender lo que a veces no llego a entender y donde sus labios me hablan sin siquiera pronunciar una palabra... Todo lo encuentro en Él, porque Él me lo entrega todo. La ternura de buen Padre, el amor de Dios entregado, la bondad del Corazón más puro, la sangre del sacrificio más obediente, el gesto de morir por los que ni siquiera lo merecen, la caída del que tropieza en el camino y la mano apoyada que se ha de levantar para enseñarnos la manera y el modo de continuar en la senda de nuestra existencia... Él y sólo Él, mi divino y humano Maestro, mi Señor de las Tres Caídas, Padre mío y Padre nuestro...

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